Se llama así al
verso de doce sílabas, que de ordinario se reparte en dos
hemistiquios o partes isométricas de seis sílabas cada una. Cuenta con cuatro acentos separados cada uno del otro por dos sílabas átonas, lo que le confiere una típica prestancia solemne, aunque un poco monótona, por lo cual fue reemplazado rápidamente durante el
Renacimiento por el más flexible endecasílabo, articulado en tres ejes rítmicos, pero con más variedad de combinaciones. Fue usado principalmente en el siglo XV (escuela alegórico-dantesca de
Juan de Mena, don
Íñigo López de Mendoza y otros) y en el XVI y durante el
Modernismo del siglo XX.